Rafael Simón Jiménez
Los resultados del pasado 25 de mayo imponen para quienes estamos empeñados irrenunciablemente en abrir cauces democráticos a nuestra martirizada Venezuela un análisis y una reflexión que tiene que estar desprovista de estereotipos, de pasiones y de visiones sectarias y excluyentes.
Desde el punto de vista estrictamente electoral los resultados del pasado domingo representan, aunque parezca paradójico y contradictorio afirmarlo, una derrota para todos los factores políticos intervinientes.
Fuimos derrotados estrepitosamente quienes llamamos a la participación y al voto como forma de protesta ciudadana frente al grotesco fraude del 28-J.
Hay que admitir que una Venezuela sumida en la desmovilizacion, la calamidad económica y social, el miedo y la desconfianza, frente a un árbitro electoral que ya se había robado sus votos, prefirió refugiarse en la abstención y simplemente ver con indiferencia los comicios parlamentarios y regionales.
El sector de la oposición que llamó militantemente a la abstención, caería en un auto engaño impropio de un mínimo de inteligencia si como ya algunos lo han hecho pretendieran que el pronunciado ausentismo que marcó la jornada del 25-M obedeció a sus directrices y llamados.
Si así fuera resulta imperdonable como ya lo fue el 28-J que no utilizaran toda esa capacidad de liderazgo para vertebrar un plan político que acelerará la transición democrática en Venezuela.
Igual ejercicio de auto engaño o engaño deliberado a sus cada vez más encogidos prosélitos, lo hace el gobierno y su partido que ya no encuentra fórmula algebraica que le permita esconder su patética condición de minoría.
Pero sin duda estas maniobras de matemática electoral tienen una compensación, y es el ejercicio de un poder cada vez más represivo y brutal para el cual no son necesarios ni votos, ni apoyos civiles.
Ahora bien, luego de este apretado balance que por supuesto involucra visiones subjetivas y personales, cobra relevancia una gran pregunta: ¿QUE HACER? y sus respuestas y consideraciones deben tener en primer lugar un objetivo claro: como reagrupar, reanimar y darle una conducción asertiva y exitosa a esa gran mayoría política, social, ciudadana y electoral que generó la amplia y contundente victoria del 28-J y que hoy está no sólo dividida desde el punto de vista del liderazgo político, sino mucho más importante aún desanimada, desconcertada y desmovilizada desde el espacio ciudadano que es el realmente relevante.
La primera tarea, a mi modesto juicio, sería hacer un alto, parar en esa despiadada campaña que en doble vía y con el uso y abuso de epítetos, dicterios y descalificaciones utilizamos para confrontarnos quienes con diferencias, a ratos abismales, compartimos el mismo espacio político y el mismo propósito de cambio democrático.
Es patético y lamentable ver como el lenguaje y estilo político impuesto por Chávez y el Chavismo basado en el insulto, la intolerancia y la liquidación no solo del adversario sino de cualquier postura disidente, ha terminado por permear y ganar cada vez más espacio en el tratamiento con quienes podemos tener divergencias de ideas, estrategias o posturas pero que como demócratas que nos proclamamos debemos tratarnos con respeto y tolerancia.
Lo primero dentro de esa desafiante tarea de reconstruir la unidad en la diversidad de las fuerzas, movimientos y sectores democráticos es generar un clima que haga posible un debate fecundo que pueda concluir en la formulación de un plan de acción, de una táctica y una estrategia para materializar el deseo inmenso de cambio expresado contundentemente por la ciudadanía el 28-J y para el cual resulta absoluta y existencialmente necesaria la unidad de todas las fuerzas políticas y sociales identificadas con ese propósito.
Quizás sea demasiado pronto para dejar atrás las «heridas» generadas en un ataque sin piedad entre quienes simplemente tenían divergencias tácticas que se expresaban en el dilema: ¿votar o no votar? Y que en muchos casos privilegiaban «el fuego a los lados» en lugar de la confrontación con un adversario que ha demostrado alevosía y brutalidad para golpear a los opositores sin mayores diferenciaciones.
Mi llamado a reconstruir la unidad opositora, aun dentro de su a ratos exagerada diversidad e intolerancia, no tiene ni una dosis mínima de ingenuidad o romanticismo, inadmisible en un hombre que ya cumple más de 6 décadas de infatigable actividad política y militante.
Es sencillamente una conclusión extraída no de ninguna forma de reflexión compleja, sino del más elemental sentido común que nos indica que sin una unidad efectiva de todas las fuerzas que se oponen por vías democráticas a la continuidad del actual desastre, sencillamente ese objetivo será postergado indefinidamente y la responsabilidad de ese despropósito no recaerá en quienes han demostrado ausencia de escrúpulos para mantenerse en el poder, sino en quienes por mezquindades, deseos de protagonismo, aspiraciones mesiánicas y otras conductas megalómanas no sean capaces de privilegiar ese objetivo unitario.